sábado, 8 de mayo de 2010

Borderline. Capítulo 2

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Capítulo 2: Melodías.

Estaba a punto de tomar el picaporte y abrir la puerta. Sabía que ella se encontraba en el interior de su despacho, porque podía escuchar el débil rastro de sus movimientos conforme recorría el lugar. Sin embargo, detuvo sus intenciones cuando una delicada música comenzó a emanar a través de la puerta, y con ella, la suave voz de Corrine Bailey Rae comenzó a inundar el entorno.

Con mucho cuidado, y haciendo máximo uso de sus habilidades, abrió la puerta lentamente. Al hacerlo, el sonido de la melodía se intensificó. No teniendo nada que la detuviera, ésta se movía por el aire tratando de llegar tan lejos como le fuera posible. Él, por su parte, había colado en el interior de la sala su cabeza, y se encontraba haciendo lo mismo con el resto de su cuerpo, cuando una peculiar visión atrapó su mirada.

Delante de él, dándole la espalda, Abby acababa de soltarse el cabello, mientras miraba fijamente un gran lienzo que tenía delante. Delicadamente, estiró uno de sus frágiles brazos, y sin prestar atención a lo que hacía, tomó el primer pincel que pudo tomar. Contoneando suavemente su cuerpo al compás de la música, mojó el pincel en una gran lata de pintura, y luego comenzó a esparcir algo de azul celeste sobre el lienzo. Disfrutando de cada pincelada, como si fuera la más importante.

Primero para sus adentros, luego de manera explícita en su rostro, Chris se encontró a sí mismo, dibujando una amplia sonrisa con sus labios. Mientras miraba con detenimiento cada uno de los gráciles movimientos de ella. Incluso a pesar de poder verle de frente, era capaz de saber que ella se encontraba susurrando la letra de la canción conforme ésta avanzaba.

Poco a poco, sus susurros se volvieron más fuertes para él. Ganándole lentamente a la voz de Corrine, y reemplazándola en el interior de su mente. Su mirada se había visto atrapada por la increíblemente íntima escena que estaba presenciando. No se suponía que él estuviese allí en ese momento, ni siquiera se suponía que estuviera en el despacho de ella.

Ambos trabajaban en departamentos completamente opuestos en la Universidad. Y las veces, pocas veces, que alguna vez había cruzado diálogo, había sido con otras persona de por medio. Y jamás habían sido conversaciones realmente memorables, o que siquiera merecieran ser recordadas. La mayoría solo trataban de los problemas económicos de la Universidad, y de los temores de profesores y asistentes de que cerraran tal o cual departamento. Pero aun así, él recordaba todas y cada una de esas conversaciones. Todas.

Ajena a él, a su presencia en el salón, a su intromisión, Abby continuaba cantando para ella la letra de esa canción que tanto adoraba. Tal y como la canción le decía, ella había soltado su cabello, y moviéndose con delicada gracia, transmitía toda esa energía que la canción le daba a través de su brazo. Directo a su mano, y de allí, al lienzo, a través del pincel de turno.

Cada segundo pasó detrás del otro, y pronto, la dulce melodía de Put your records on, la delicada voz de Corrine, y los movimientos de Abby se detuvieron. Habían sido sólo algunos minutos, pero habían parecido una larga y placentera eternidad para ambos. Él, había tenido el placer de ver algo más de ella. Y ella, había logrado dar alguna pinceladas del cielo de su pintura. No muchas, pero suficientes para los tres minutos que había pasado.

El sólido silencio en que la sala se había sumergido ahora, golpeó a Chris y le obligó a regresar a la realidad de manera algo demasiado súbita. Y muy contra su voluntad, se obligó a borrar la gigante sonrisa que había dibujado antes en su rostro. Aunque sólo consiguió reducirla. Tratando de parecer lo más natural que su cuerpo le permitía, aprovechó el silencio para aclarar su garganta y llamar la atención de ella.

Quien, obviamente, se giró sobre sí misma con más temor que sorpresa. Era obvio que ella no tenía ni idea de cuánto tiempo había estado él allí, ni de cuanto había visto. Y el aparente temor de que él pudiera haber visto de más, era evidente a los ojos de Chris.

-Lo siento. Golpeé pero la música debió haber ahogado el sonido.- se disculpó él. Aprovechando para finalmente cerrar la puerta que aun sostenía abierta. –Afortunadamente la canción terminó justo antes de que gritara. Odio gritar.- señaló él caminando hacia el escritorio.

El rastro de temor en el rostro de Abby se había intensificado luego de que él dijera que se había tomado el atrevimiento de entrar sin que le dieran permiso, lo que lo había obligado a mentirle. A intentar de alguna forma, darle a entender que no llevaba tanto tiempo allí cómo ella temía. Y al parecer había surtido efecto, pues pudo ver que su rostro se había relajado.

Ella permanecía en silencio, claramente confundida  de que él se encontrara en su despacho. –Supongo que Gregory ya le ha puesto al tanto del trabajo que tiene planeado para ambos, ¿verdad?- dijo entonces, intentando explicar su presencia en el lugar.

Luego de algunos segundos, que él asumió como un tiempo que ella había utilizado para tratar de recordar a qué podía estar refiriéndose él, asintió y tomó asiento. Invitándolo a hacer lo mismo. –Sí, balbuceó algo ésta mañana cuando lo crucé en los pasillos. Pero no alcanzó a darme ningún detalle.-

-Ya veo- dijo Chris algo confundido por eso, pues Greg nunca había sido una persona que diera anuncios así por la mitad –Bueno, entonces yo se los daré.-

Nuevamente había dejado que su sonrisa creciera, pero ya no le molestaba. Que sonriera en ese momento no iba a delatarle de nada. No era como si ella le conociera tanto como para ser capaz de leer su rostro tan fácilmente. Nadie podía.

 

+-+-+-+

 

Quizás por culpa del brillo del sol, o quizás por la hora, sus ojos comenzaron a abrirse muy lentamente.  Con cuidado, abrió ambos parpados, y dejó que la luz se clavara directamente en sus corneas. Un débil y punzante dolor en su cabeza, le decía que la noche anterior había bebido demasiado. Aunque aun no lograba recordar nada.

Durante algunos segundos, su propio techo le pareció ajeno. Como si no fuera su propio techo. Ese techo claro que miraba con detenimiento todas las mañanas al despertar. Y pronto comprendió porqué sentía eso, y se debía, probablemente, a que no era su techo.

De alguna forma, ella había terminado en la casa de otra persona. Y por lo que pudo suponer con la poca visión que tenía recostada en la cama, era la habitación principal. O la casa de algún desquiciado que tenía camas anchas en el cuarto de invitados. Trataba de recordar, pero sólo conseguía que débiles imágenes llegaran a su mente. Además, su jaqueca no ayudaba, y la confusión sólo aumentaba la latente sensación de temor que comenzaba a crecer en su interior.

Alguien había encendido música en otra habitación de la casa, y pronto, la suave melodía del jazz llegó a los oídos de Abby. Con un movimiento rápido, levantó el torso y recargó todo el peso de su cuerpo sobre sus codos. Clavando la vista directamente en el frente. No tenía idea de dónde estaba, y cada vez que trataba de recordar la noche anterior, sólo lograba ver imágenes sueltas de ella saliendo de la Universidad rumbo a un bar para ver a alguien; llegando al bar en cuestión; saludando a alguien… un hombre; y luego nada. Negro. Vacío.

-Ya era hora de que despertaras- dijo una voz que le era atemorizantemente familiar, justo a su izquierda. Había reconocido de inmediato esa voz algo ronca, y deseaba más que nada que su mente le estuviera jugando una broma pesada. Su cuello se endureció, quitándole toda posibilidad de girar la cabeza para corroborar sus temores. Una parte de ella quería que eso fuera cierto, lo había querido durante mucho tiempo, pero no de esa forma. Algo en todo eso parecía extremadamente erróneo.

Lentamente, forzó su cuello a permitirle girar la cabeza, y al verlo en la puerta, apoyado en el marco, su respiración se detuvo. ¿Cómo rayos había llegado a esa embarazosa situación? ¿Cómo rayos había llegado a cometer un error tan bajo como ese? ¿Cómo rayos había terminado en la casa de Chris, sin siquiera recordarlo?

La alegre sonrisa en el rostro de él pronto desapareció, y fue reemplazada por un semblante más serio y preocupado. -¿Estás bien?- preguntó aun desde la puerta, aunque Abby podía ver muy claramente su deseo de entrar y acercarse.

“Eso es una buena señal…” pensó ella entonces, intentando poder tranquilizarse y respirar de nuevo “¿Verdad?”. Después de todo, si él no se acercaba, era porque nada había pasado. De haber sucedido algo la noche anterior, él habría caminado hasta ella con más confianza. O incluso habría amanecido abrazada a él, o algo así. Pero no era el caso.

Sabía que era mentira, sabía que no era verdad ni una sola letra, pero aun así no pudo evitar responder lo que respondió. –Sí, estoy bien…- dijo evitando cómo podía su mirada. Su voz sonaba confusa, mareada y completamente repleta de temor, y no intentó ocultarlo.

La sonrisa alegre de pronto volvió al rostro de él, según ella pudo ver en una rápida mirada que le dirigió, procurando con especial cuidado no cruzarse con sus ojos. –Tus zapatos están de éste lado de la cama- dijo él, señalando el lado opuesto al que ella se encontraba, antes de dar media vuelta y alejarse.

Fue entonces, cuando ella se percató de que aun se encontraba completamente vestida. Desde las medias, hasta la camisa, pasando por todo lo demás, estaba exactamente dónde ella lo había puesto la mañana anterior. Sólo sus zapatos faltaban, aunque él ya le había dicho dónde estaban.

Su pecho había comenzado a dolerle por aguantar la respiración, lo que finalmente le obligó a reanudar su correcta frecuencia. Aliviada. Durante mucho tiempo había querido que algo sucediera, pero no de esa forma, y saber que nada había sucedido, llenaba su cabeza de tranquilidad.

Con las botas de nuevo en su lugar, salió de la pequeña habitación de Chris, y trató de orientarse para buscar la escalera y bajar al piso inferior. Dónde la música de jazz era más fuerte y sólida. No conocía la música que estaba escuchando, y nunca hubiera supuesto que él pudiera escuchar ese tipo de música tan relajada y poco estruendosa. Pues siempre había pensado que era más del tipo de hombres que escuchaban cosas más aceleradas.

Poco le costó encontrar la cocina, pues la casa era bastante intuitiva y fácil de seguir por alguna razón. Al entrar, se encontró con él, aparentemente preparando el almuerzo ya. Había dormido demasiado. Estaba a punto de preguntar qué había pasado, qué hacía allí, cómo había llegado, cuando su voz la detuvo.

-Te quedaste dormida- respondió él a las preguntas que ella aun no había emitido. Él no le miraba, en cambio, mantenía los ojos fijos en las diferentes verduras que tenía delante conforme las cortaba con rapidez y evidente práctica. –No sé dónde vives, así que te traje aquí-

La jaqueca no le dejaba pensar claramente, y aunque él acaba de responder a sus preguntas, eso sólo había hecho que nuevas aparecieran en su mente. Parpadeó varias veces, tratando de organizar sus pensamientos e intentando que su jaqueca desapareciera, antes de abrir la boca para hablar y verse interrumpida de nuevo.

-El trabajo- respondió él, de nuevo anticipándose a sus preguntas –La idea era hablar del trabajo, pero en cambio terminamos bebiendo más de la cuenta-

Ésta vez pudo notar cierto resentimiento sus palabras. Algo que nunca antes había visto en él. Aunque claro, tampoco le conocía tanto. Por un segundo, pensó en decir algo al respecto, pero prefirió guardarse sus pensamientos para él. Quería saber a qué se debía ese resentimiento, pero preguntar sólo iba a lograr que él se desquitara con él. Temía haber cometido algún error, pero si no era al caso, preguntar sin tacto, no era una buena idea.

Ella no pensaba hablar, ni decir nada, pero aun así, que él comenzara a hablar de nuevo se sintió como una interrupción. –Si quieres, puedes quedarte a almorzar- dijo mientras ella perdía la vista en la mesa de la cocina. Que había sido cuidadosamente preparada para un almuerzo para dos.

Sólo un poco, entrecerró los ojos, ante la evidente intención de él de que ella se quedara. Una delicada media sonrisa se dibujó en su rostro, y entonces una curiosa idea apareció en su mente. –Podríamos finalmente hablar del trabajo…- sugirió ella, retornando la vista a él, sólo para encontrar sus ojos posados en ella, y una leve sonrisa en su rostro.

La música se detuvo, y una nueva melodía tomó su lugar. Una más lenta, más delicada, más tranquila. Y, extrañamente, más romántica. Quizás no porque lo fuera realmente, sino porque así era como ella la escuchaba.

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