viernes, 30 de abril de 2010

Borderline

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Capítulo 1: Despertar.

La persecución había durado toda la noche, o al menos así parecía haber sido. Aun se encontraba corriendo ágilmente por entre los húmedos árboles del bosque. Adelante, podía vislumbrar cómo entre la espesura de las plantas, los primeros vestigios de luz solar se colaban en el forestal. Atrás, los gritos de al menos siete personas que le perseguían, tal y como lo habían estado haciendo toda la noche. No estaba seguro de dónde estaba, ni de porqué había podido correr tanto sin cansarse, sólo estaba seguro de que debía seguir corriendo. Debía salir de ese bosque lo antes posible. Debía escapar de aquellos que le perseguían, quienes quieran que fueran. Debía seguir corriendo. Debía regresar a… ¿a dónde?

La fresca briza de la mañana golpeó su rostro, y pronto el sueño se vio esfumado de manera automática. Como para no perder la costumbre, su recurrente pesadilla había terminado en el mismo punto en el que terminaba todas las veces que la sufría. Justo después de noches cómo esa, la atormentadora pesadilla ocurría en la profundidad de su mente, sin él poder discernir qué significaba. Desde que comenzara a tenerla, había sopesado muchas teorías: que era un recuerdo reprimido, lo que era imposible pues jamás había reprimido un recuerdo (¿o sí?); que se trataba de una premonición, pero, ¿de qué? ¿que alguien iba a cazarle? No se necesitaba ser adivino para predecir eso.

Apenas abrió los ojos, el clamor del sol le obligó a cerrarlos de nuevo, frunciéndolos tan fuerte como le era posible. Lentamente, fue acomodando el peso de su cuerpo sobre sus codos, levantando así su torso, y permitiéndole a sus celestes ojos (que ya podían mantenerse entre abiertos) tener una mejor visión del sitio dónde había acabado.

Delante de él, una inmensa pradera verde se extendía en interminables montes y curvadas colinas. Pocos árboles había sobre esa tierra ondulada que estaba viendo, y él se encontraba cerca de un gran abedul que se encontraba de pie justo detrás de él, y cuyas ramas no llegaban a cubrirle del sol de la mañana.

Pronto, una nueva briza fresca golpeó su cuerpo de nuevo, y fue entonces cuando se percató del estado en que se encontraba.  Ocupado por ver el terreno, inspeccionar el lugar, y tratar de ubicar dónde se encontraba, se había olvidado de revisar cómo se encontraba él mismo.

“Genial” pensó con sarcasmo, al posar su mirada sobre sus piernas descubiertas al aire, y en contacto con la tierra. Una vez más, y al igual que casi siempre, había acabado en medio de la nada, sin absoluto recuerdo de lo que sucediera en la noche, y desnudo. Siempre era igual, no había nada que hacerle, y luego de tantos años de acarrear con ese problema sin aparente solución, ya se había resignado al hecho.

Sin embargo, un hecho particular llamó rápidamente su atención: la carencia de rasguños. La mayoría de las veces que se sumergía en una de esas descontroladas noches en las que su mente se desvanecía y daba rienda suelta a sus más bajos instintos, amanecía con heridas de todo tipo. Desde simples e insignificantes rasguños, hasta peligrosas cortadas y fracturas.

“Debió haber sido una noche tranquila…” supuso de inmediato, disfrutando la delicada caricia de la briza primaveral sobre su cuerpo desnudo “Luego me pondrán al tanto de lo que realmente sucedió” pensó inmediatamente después del primer pensamiento. Cómo era la costumbre, luego de una de aquellas “noches de fiesta”, algunos de sus colegas debían refrescarle la memoria de lo sucedido.

Poco a poco, fue poniéndose de pie, entre suspiros y sopor, y una vez que se encontró erecto de nuevo, hizo lo que siempre hacía luego de una larga noche de luna llena. Irse de dónde quiera que estuviese, preferentemente antes de que alguien le viese usando su traje de Adán, de regreso en su casa en Londres.

 

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El reloj despertador había dejado de sonar muchos minutos atrás, y no precisamente porque ella lo hubiese apagado. El sol llevaba horas colándose por entre las delgadas cortinas beige que colgaban delante de la ventana del amplio cuarto en el que dormía.

De haberse tratado del día anterior, o quizás del día siguiente, llevaría ya bastante tiempo levantada, y probablemente se encontraría ahora mismo desayunando en la mesa de la cocina, o tomando una larga ducha antes de salir finalmente de la casa, pero no hoy. Hoy, había decidido la tarde anterior, se quedaría en casa. No tenía del todo en claro qué haría estando completamente sola en su casa durante todo el santo día, pero si en algo era buena, era en improvisar.

Después de todo, llevaba ya un tiempo considerable improvisando día a día qué hacer. Cómo dirigirse a sus alumnos, qué temas tocar, qué conversar con sus amigos, qué decirle a sus citas cuando las tenía, qué libros sacar de la biblioteca, qué colores usar en su siguiente pintura. Nunca se tomaba demasiada anticipación para pensar en las cosas, lo cual no quería decir en lo absoluto que fuera una completa improvisada, claro que no. La planificación tenía lugar, los planes se formaban, sólo que en menos tiempo de lo usual.

“Es que pienso rápido” repetía una y otra vez en su mente, cada vez que se encontraba a sí misma pensando aceleradamente qué hacer a continuación; o a través de su delicada voz, cada vez que alguien la acusara de ser espontánea.

Existe una delgada diferencia, un pequeño límite, entre ser improvisado, y ser espontáneo. Quienes improvisan, piensan detalladamente las posibilidades que tienen delante, y toman una decisión en función de aquello que podría serles más divertido, útil, placentero, o lo que fuera, dependiendo del caso. Sin embargo, quienes viven espontáneamente, no calculan, y simplemente toman el primer camino que ven, sin reparar en las consecuencias que el recorrido podría traerles. O al menos así lo veía ella.

Para cuando sus ojos se abrieron, el titilante reloj marcaba las 11:32, considerablemente tarde para un día normal, pero perfecto para un día de vacaciones cómo ese. Por supuesto, el día anterior había anunciado en la Universidad que éste día no iría a llevar a cabo su trabajo de siempre. Ya no recordaba con precisión qué excusa había dado, pero estaba segura que involucraba médicos y hospitales.

Con cuidado y lentitud, giró su cuerpo para quedar boca arriba, y entre bostezos, fijó los ojos en el claro techo de la habitación. Siempre hacía lo mismo, justo antes de sentarse en la cama, y pasear su vista por todo el cuarto, tomándose unos segundos para disfrutar de su trabajo. Llevaba tres años viviendo en ese apartamento, y ella misma se había tomado el delicado trabajo de arreglar, pintar, decorar y amueblar cada cuarto con especial cuidado.

Su habitación, era sencilla, luminosa y amplia. Desde las paredes, hasta los muebles, todo estaba coloreado con claros tonos de amarillo, marfil, y marrón. Para la extensión total del lugar, tenía pocos muebles. Siendo éstos sólo una pequeña cómoda a la izquierda de la ancha cama, un alto armario que extendía su elegancia francesa justo en frente de dónde ella dormía todas las noches, y una larga cama de dos plazas, en la que dormía plenamente a gusto a pesar de que estuviese vacía. Además de las dos pequeñas mesas de noche que se encontraban una a cada lado de la cama.

Cada pieza de mobiliario había sido adquirida por separada, cada una había sido comprada en diferentes lugares y diferentes momentos, pero aun así todas, y cada una, compartían rasgos similares entre ellas. “Destinadas a estar juntas” bromeaba para sus adentros cada vez que se encontraba a sí misma pasando su mirada por las delicadas curvas del armario, o de la cómoda, en alguna mañana relajada cómo aquella.

Finalmente, y luego de haber observado con detenimiento cada cosa en su cuarto durante algunos instantes, quitó el cobertor de la cama y se paró a su lado. Lentamente abrió las cortinas que tapaban la ventana, dejando que un gran torrente de luz solar inundara por completo el cuarto, volviéndolo aun más brillante.

Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro, y sus ojos comenzaron a pasear por la vista que se divisaba a través de su ventana. Tenía todo lo que quedaba de la tarde para hacer lo que quisiera, y nadie podía detenerle, ya no más. Ese pequeño pensamiento siempre alegraba sus mañanas de distención.

 

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Llegar de regreso a su casa le había costado horrores. Y a pesar de haber pasado por esa misma situación mes tras mes, durante las últimas dos décadas de su vida, aun no se acostumbraba a la adrenalina que representaba llevar a cabo el retorno. Y probablemente jamás se acostumbraría.

La clara luz de la mañana aun llenaba su casa cuando él finalmente, logró regresar a ella. Sin prestar mucha atención a nada, se dirigió automáticamente a su cuarto, y de allí a su baño, considerando que lo primero que debía hacer era tomar una larga, cálida y relajante ducha, antes de proseguir con el día.

Ningún día posterior a sus lunas llenas había acudido al trabajo, y ese día no había sido una excepción. En cambio, se había vestido luego de tomar el baño, y había vuelto a salir. Se encontraba cansado, sí, pero aun así se obligaría a estar despierto todo el día, con el fin de dormir durante la noche. Varias veces había perdido horas de sueño por culpa de las lunas llenas, pero con el tiempo había aprendido a que si se forzaba a estar despierto, luego dormía mejor de noche. Y así, al día siguiente, no estaría tan cansado.

Cuando sus pies lo llevaron a entrar a una cafetería cerca del centro de la ciudad, los relojes que podía divisar marcaban las 12:27, y su estómago comenzaba a comunicarle que ya era hora de comer algo. Lo último que recordaba haber comido, era el almuerzo del día anterior. Aunque estaba más que seguro que, al menos algo, había comido durante la noche.

Con una mano abrió la puerta del lugar, mientras que con la otra se quitaba los lentes oscuros que llevaba para proteger sus ojos del poderoso sol. Un rápido vistazo por el lugar le bastó para elegir una vacía mesa, que se encontraba cerca de las grandes ventanas del local, como su sitio, y pronto se encontró a sí mismo sentado en ella, reclamando soberanía, temporal, sobre el territorio que ésta comprendía.

Era algo común en él, eso de reclamar territorio cómo propio. Y aunque no los marcaba con orín o símiles, su actitud al hacerlo seguía siendo la de un perro delimitando un nuevo terreno cómo dentro de su zona personal de vida.

Pronto, tenía delante de él un plato lleno de deliciosa y caliente comida, esperando a ser devorada por él. Lo cual tuvo lugar en no mucho tiempo. Siempre comía de manera acelerada, aunque cuidadosa, y con su estómago demandando alimento, esa aceleración natural se había tornado casi vertiginosa. Aunque permanecía dentro de los estándares de normalidad, por lo que nadie en el lugar le miraba de manera extraña conforme, bocado tras bocado, vaciaba el plato.

Para cuando terminó de comer, los relojes le indicaban que habían pasado sólo unos escasos treinta y cinco minutos. Lo que significaba que aun faltaban horas antes de que pudiera permitirse regresar a su hogar y dormir. Horas enteras de largo y tedioso hastío, que viviría como un eterno infierno.

Otros quince minutos pasó jugando con el plato, hasta que finalmente se dio por vencido, y llamó al camarero para pagar la cuenta y retirarse de una vez por todas. No tenía caso seguir sentado allí, sólo, toda la tarde.

Amablemente pagó al joven muchacho, que le había traído la cuenta, por la comida ingerida, y luego de comentar algo sobre lo placentero que había sido ingerir tan delicioso plato, se levantó y caminó hacia la salida.

Justo después de ponerse de pie, había tomado su chaqueta marrón y se la había puesto, y conforme caminaba hacia la puerta del lugar, se había puesto los lentes oscuros de nuevo. Algo que pronto se arrepintió de haber hecho, pues, una vez afuera del local, y luego de haber girado a su derecha con la intención de caminar en esa dirección, la oscuridad de los lentes en la sombra del toldo que cubría del brillo a los ventanales del café, no le dejaron ver que otra persona caminaba en dirección contraria a él. Justo en la misma línea imaginaria.

Con algo de esfuerzo, y su característica agilidad, logró correrse a un lado. Pero aun así, golpeó a la mujer que venía hacia él, con su brazo.

-Lo siento- se disculpó girando levemente para poder emitir su disculpa mirando el rostro de la persona a la que había golpeado. Y se sorprendió al ver que la otra persona, una mujer, también se había girado para verle. Lo que era poco usual en las calles de Londres. -¿Abby? ¿Abby Parker?- dijo luego de que la sorpresa de que estuviera mirándole se esfumara, y fuera reemplazada por la sorpresa de haberle reconocido.

Ni en un millón de años hubiera supuesto que había de cruzarse con alguien de la Universidad un día como ese, y siendo la hora que era, y mucho menos había podido llegar a pensar que esa persona sería ella.

-¿Profesor Morgen?- contestó ella, mostrando tanta sorpresa como él –Que… sorpresa encontrarlo aquí.- Su voz sonaba algo nerviosa, algo que no era del todo usual en ella. Algo que él jamás había visto antes en ella. Algo que hizo que en su interior se disparara un extraño sentimiento de preocupación.

-Podría decir lo mismo- señaló él, riendo con suavidad, ahora completamente  de frente a ella. No estaba seguro de sí en su sonrisa había dejado entrever algo de su preocupación, pero no era que se hubiera preocupado mucho en esconderla.

-Y supongo que al igual que yo, usted también tendrá sus motivos- respondió ella, sonriendo a pesar del tono algo severo de su voz. Señalando claramente que no pensaba indagar en sus motivos, y que esperaba que él tampoco indagara en los de ella.

Él asintió, alargando levemente su media sonrisa, pero sin siquiera considerar la posibilidad de preguntar algo al respecto. Por más que quisiera hacerlo. Por más que supiera que, más tarde, la curiosidad le carcomería por dentro, y consumiría gran parte de sus pensamientos, no podía permitirse la libertad de preguntarle nada.

Pocos segundos más duró ese pequeño encuentro, que concluyó con sendos saludos y despedidas de ambos, y con ambos caminando en direcciones opuestas, al igual que siempre. Él le dirigió una última sonrisa, procurando no parecer demasiado amable, o demasiado atento para con ella. Procurando parecer lo más normal posible. Como si el hecho de haberla cruzado no hubiera hecho que su día se alegrara un poco más. Como si se acabara de encontrar con cualquier otro profesor de la Universidad, o cualquier otro alumno. Nadie especialmente particular, sólo una persona cualquiera.

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miércoles, 14 de abril de 2010

Opuestidamente

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¡Que buen palabra de Rugrats! Bueno, omitiendo el nostálgico desliz, hoy tengo ganas de hablar de opuestos. No, en realidad, creo que quiero hablar de contradicciones. ¿O eran diferencias?

Pocas cosas son tan molestas como tener delante a alguien, estar conversando con ese alguien, y cual espejo disfuncional, a cada cosa que decimos, diga lo opuesto. "No sé porqué dices adiós, yo digo hola. Yo digo alto, tu dices bajo. Tu dices detente, y yo digo ve ve ve!" cantaban los Beatles en su canción "Hello Goodbye", y creo que nada podría ilustrar de mejor manera a lo que me refiero.

Sin embargo, sin importar cuan frustrante sea conversar con un espejo disfuncional, es discutir con alguien que, además de ser cual espejo disfuncional, niega serlo. La necedad siempre es algo en extremo frustrante, pero ¿qué hacer en esas situaciones extenuantemente agotadoras? Sinceramente, ni idea. Creo que es algo demasiado subjetivo, y filosófico, cómo para dar una respuesta y decir que esa sea la correcta, pero puedo contarles qué hago yo. 

Cada vez que una situación emerge en mis conversaciones diarias, usualmente con la misma persona de siempre, lo que hago es sonreír, asentir, disculparme si viene al caso, y simplemente darle la razón aunque no la tenga. ¿Por qué? Porque es más sencillo simplemente rodear las paredes, que intentar correr hacia ellas en un intento por atravesarlas.

"You like tomato, and I like tomahto. You like potato, and I like potahto" Sí, escrito pierde la gracia del juego fonético que esa canción representa realmente, pero de todas formas continúa ilustrando lo que es discutir contra un necio espejo disfuncional.



Por último, y para redondear, las dos canciones que inspiraron éste post:

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